Sabias, que en nuestro barrio habia una hermosa fuente, un bonito lago artificial donde nuestros abuelos jugaban con sus barquitos, o que fue el epicentro y campo de batalla de una revolución que cambio la historia de nuestro país y fue protagonista de una de las más grandes historietas del siglo XX, todo esto y mucho más lo encontraras en este Blog.

Agradecemos al Archivo General de la Nación, a los Clubes Bouchardo, Obras, Agronomia, Ciudad, River Plate, Platense y sus paginas Web, al Hospital Pirovano, a Wikipedia, a las escuela Municipales Raggio, a la Biblioteca Cornelio Saavedra, al museo Ferroviario, al profesor Fernando Piaggi, que con su interesante libro, "Historia entre orillas y durmientes", fue de gran guía y ayuda para nuestras investigaciones y a todos los que colaboran con este archivo.

jueves, 11 de febrero de 2010

El Hospital del Barrio...

Era el hospital de la barriada pobre de Belgrano, Nuñez, Saavedra y Villa Urquiza. Se acudía a él ante la emergencia. Aquellos que tenían su médico "particular" lo utilizaban en ciertas especialidades que parecían gozar de mayor prestigio, que no nombro para no crear celos profesionales. La opción era unánime para las vacunaciones. Como todo hospital de barrio tenía más detractores que admiradores y las anécdotas de tratamientos mal instituidos corrían por doquier. Pero mi aprecio por el hospital de la calle Monroe, por el Pirovano, se consolidó en la década del 50, en esa década donde el optimismo y la esperanza era el fermento que movía a los hombres y que presagiaba esa venturosa época (la década del 60) que sería de bienestar para casi todo el mundo. Juan Bautista Señorans, director de la Asistencia Pública, había solicitado a la Intendencia Municipal la imposición del nombre Ignacio Pirovano al hospital inaugurado el 12 de julio de 1896.


 Frente del Hospital sobre la calle Monroe, foto de la década del 30.

Foto del interior del hospital.


Él era nieto de médico e hijo de médico. El primero había sido asistente del ejército de Napoleón I. Nació en Buenos Aires el 23 de agosto de 1844, siendo su padre Aquiles Pirovano, italiano, y su madre Catalina Ayeno. Se recibió de bachiller en el Colegio de la Universidad. En 1866 ingresó en Medicina y mientras estudiaba anatomía, comenzó a cursar la carrera de farmacéutico que, en honor a la verdad, no tenía frondosidad y los conocimientos de la química actual. Tres años después fue designado farmacéutico del Hospital General de Hombres, cargo que mantuvo por espacio de dos años para trocarlo por el de practicante mayor, interno de cirugía. Allí, en ese hospital donde la gangrena y la putrefacción estaban a la orden del día, realizó la base de su preparación quirúrgica. Así es como llega a ser el primero de los cirujanos de América.
Dedicado con pasión al estudio de la anatomía tendría sus frutos: profesor interino de anatomía primero y eximio cirujano después. Su tesis, desarrollada en "La herniotomía" fue revolucionaria y tuvo la visión de vislumbrar el futuro del cateterismo de los vasos sanguíneos. Asistido por Ricardo Gutiérrez inició y desarrollo la cirugía infantil en el país, luego la cirugía plástica y la ortopédica. Fue el primero en tratar tumores óseos u osteoarticulares que producía la tuberculosis. Él también instaló un laboratorío y desarrolló el uso sistemático del microscopio en la UBA, que hasta su llegada no existía en la institución. Fue Pirovano quien perfeccionó la utilización de la antisepsia (método creado por Lister) y la extendió al ámbito hospitalario. Practicó especialmente la cirugía de cabeza, cuello y extremidades, y su fama hizo que centralizara la mayoría de las operaciones de Buenos Aires y hasta del resto del país.
Su fin fue doloroso. Diagnosticó su cáncer y para corroborar el caso clínico de su propio organismo, envió a Pean, su amigo, una historia clínica pormenorizada. La respuesta fue categórica. Pean ignoraba el nombre del enfermo. El desenlace no tardaría. Cantón diría que "lo esperó con serenidad estoica, sin consentir en intervención alguna, que sólo serviría para abreviar el final". Y quien no se había equicado con los otros, tampoco erró con él, cumpliéndose su fallo con puntualidad el 2 de julio de 1895, a sus 51 años. 

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